Según el presidente brasileño, es el estamento militar quién determina si hay «democracia o dictadura».
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en una nueva polémica declaración, manifestó ante sus simpatizantes que quienes deciden si un pueblo vivirá en democracia o en dictadura son sus Fuerzas Armadas, que en el caso de su país, aseguró, han sido «desguasadas» durante los últimos 20 años.
«Quienes deciden si un pueblo va a vivir en democracia o en dictadura son sus Fuerzas Armadas. No hay dictadura que las Fuerzas Armadas no apoyen», indicó el presidente brasileño desde el Palacio da Alvorada, la residencia presidencial en Brasilia.
Bolsonaro señaló que «en Brasil todavía tienen libertad, pero todo puede cambiar», en clara alusión al poder del Ejército, remarcando que si no se les reconoce el valor a los hombres y mujeres que integran las Fuerzas Armadas, el estado actual de las cosas sufrirían una radical transformación, afirmó el mandatario.
Según manifestó Bolsonaro, las Fuerzas Armadas de su país han sido «desguazadas» porque las fuerzas de izquierda «quieren llevar a Brasil al socialismo».
«¿Por qué las Fuerzas Armadas se han desguazado hace más de 20 años? Porque los militares somos el último obstáculo al socialismo», remarcó el mandatario.
Sin embargo, a pesar de lo que afirma Bolsonaro, la realidad es que durante su gobierno, la industria armamentística brsileña se ha ibicado en gran desventaja frente a sus homólogas en el exterior. Por ejemplo, grandes empresas de la industria de defensa en el país están preparadas para emigrar sus producciones a otros países como Paraguay, Uruguay o EEUU.
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Analistas indican que en virtud de una ley aprobada en el peíodo Bolsonaro, Brasil intensifica la importación de armamento desde el exterior, mientras que la industria nacional de armas pasa por una grave crisis.
En correspondencia, a las empresas extranjeras del armamebto se le ofrecen ventajas para enviar suministros de sus productos al país, lo contrario de la industria brasileña que necesita pasar muchas trabas burocráticas para que sus productos sean homologados, un proceso que puede demorar hasta tres años, y que por demás conlleva un desfasaje tecnológico de los productos nacionales.
